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Devocionales

“Como el siervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía”. Salmo 42:1 (RV60)


A veces nos sentimos igual que el salmista, viviendo una sequía espiritual, donde las circunstancias nos han hecho desfallecer, a tal punto que nos sentimos desalentados, deprimidos y sedientos de la presencia de Dios.


El Salmo 42 nos enseña, a través del Espíritu Santo, a anhelar más de Dios, como el siervo que brama sediento por las corrientes de las aguas, que tiene que buscarlas con desesperación porque necesita subsistir y calmar su sed.


Un buen consejo, según leemos, es hablarle al alma, vs.5: “¿Porqué te abates, oh alma mía, ¿y te turbas dentro de mí? Espera en Dios, porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío”.


Observemos dos cosas: Primero el salmista reconoció ante Dios su gran necesidad: Dios mío, mi alma está abatida en mí, vs.6 y entonces, le ordena al alma alabar y le recuerda la fidelidad de Dios en tiempos pasados cuando rebozaba de paz y alegría. Ahora se encuentra pasando un período donde ha perdido el gozo de la salvación.


Hay algo muy ejemplar del salmista para nosotros y es que, a pesar de su abatimiento tiene su esperanza puesta en Dios porque confía que es el único que tiene poder para sacarlo de esa situación. El enemigo también se aprovechó de su desaliento. Afortunadamente reacciona a tiempo: “¿Por qué andaré enlutado por la opresión del enemigo?” Y reconoce que es la alabanza a Dios lo único que le va a dar la victoria.


Es necesario que siempre busquemos el consejo de la Palabra para que, cuando estemos pasando circunstancias similares, apliquemos este principio de ordenar a nuestra alma que: “Alabe a Dios”, y experimentemos sus resultados.


Oración

¡Alma mía, alaba al Señor, y no te olvides de ninguno de sus beneficios! Salmo 103:2

Escrito por: Angelina Gómez Corrales

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